Cereros

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El Oficio de Cerero

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Sobre Cirios

No hace mucho esta profesión era habitual en todos los lugares. Los cirios alumbraban en las casas y en las iglesias antes de que se inventase la electricidad.

En tierras del sur lugués, el último cerero que se recuerda tenía la cerería en Noceda.  Su nombre era Manuel Gutiérrez Rivas. Había otros establecimientos dedicados a la fabricación y venta de velas por la zona: uno en Sarria y otro en A Pobra do Brollón. Pertenecían a dos de sus primos.


La cera, el  elemento imprescindible para los cirios que alumbraban a los santos en las iglesias, acompañando a los muertos o en casa. Antiguamente era cara, no existía la parafina y la única manera de hacer los cirios era con la cera que producían las abejas en sus colmenas. Una vez castradas, y sacada la miel, los paneles se vendían. Normalmente, aunque estos artesanos podían tener colmenas propias para garantizar un cierto nivel de producción, tenían que recorrer las aldeas con un chifle en la boca como los paragüeros para conseguir una cantidad de cera extra. Parece ser que a veces en vez de pagarle con dinero lo que hacían era llevarla a cambio de sacarle la miel.

Los paneles eran llevados a un lugar donde se le sacaban las impurezas cociéndolos en una caldera de gran tamaño de cobre. Al calentarse se sacaba a cera y se metía en la cuba del lagar para prensar y de ahí a las formas. Una vez hecho eso, estaba lista para trabajar. Las formas más pequeñas que eran las que les vendían a los zapateros.

Las mechas se hacían con algodón y se llamaban pabíos. Estes se iban bañando en un recipiente lleno de cera llamado noque que se mantenía en estado líquido porque lo calentaban por debajo. Se bañaban y se dejaban enfriar hasta que cogían la gordura deseada. Luego se pasaban por las talladoras, unas laminas de metal con agujeros, para que tuvieran la misma anchura. Con una cuchilla de madera se cortaban quedando perfiladas.

Antiguamente, cuando moría alguien, había la tradición de hacerle un haz de la misma medida que el difunto a que se le ponía fuego luego del entierro y que permanecía ardiendo en la iglesia hasta su total consumación.

Se reservaba la cera pura para alumbrar el altar de las iglesias y además tenía que ser blanca.

En Calvos (O Incio), en la devesa do Rei rodeada de un gran muro de piedra,  los hombres que traían a branquear cera desde distintos lugares de Galicia ataban a sus bestias. El branqueo era un proceso muy laborioso que se tenía que hacer en época seca. Con un rodete y agua iban sacando lascas que luego se extenderían en el lugar acomodado durante una semana. Todos los días por la mañana había que regala y darle la vuelta. Así es como la cera se volvía blanca.

El lagar de la cera es muy semejante al lagar del vino y del aceite. En las imágenes podemos ver lo que queda de él y el impresionante palo de mirto torneado que lo conforma.

 Vídeo en una Cerera